Maginalda, la técnica de Educación


Por Nicolás Acevedo Sánchez.

Maginalda terminó el bachillerato en el liceo del pueblo. Formada en el humilde hogar de la familia Sánchez, nunca pensó ser maestra. Escasa de inteligencia, el historial escolar de Maginalda merodeaba lo mínimo. Concluye la educación media sin darse cuenta: pensaba que era imposible concluirla, pues las matemáticas y las letras se mezclaban en el moro de las pruebas nacionales. Repetidas veces las notas publicadas presagiaban el desencanto de un corazón que se resistía. La sexta convocatoria de las pruebas puso fin a las desventuras de la señorita Sánchez.

Maginalda no sabía qué estudiar en la universidad. Además la escasez de recursos económicos le impedía escoger la carrera preferida. Le aconsejaron que estudiara educación: era una carrera que le garantizaba un empleo y había varias universidades dispuestas a admitirla. Varias amigas que le dijeron que era una carrera fácil y “que sólo hay que seleccionar las materias para pasarlas”. Ninguna de ellas se había quemado.

Aprovechó las becas que se ofrecían para estudiar Educación y se metió en la más barata de las universidades. Escogió la licenciatura en Letras, porque era la más fácil. Al menos eso le decían sus amigas. Y fue así: terminó Educación. Hizo varios líos para el dinero del monográfico y la graduación. Felizmente se hizo licenciada. Júbilo en la familia. El título obtenido recogía los sudores de varios conucos de su padre. El hambre de la universidad se notaba en su rostro.

El diploma colgado en la pequeña salita del hogar contenía el amor de su propietaria. El mayor orgullo del pobre se expresa en la conquista de la carrera universitaria.

Maginalda quería trabajar. Tocó puertas para conseguir una recomendación. Quería ser profesora en una de las tantas escuelas del municipio. Pasaron dos años y no llegaba el aula, ni el nombramiento.

Se avecinaban las próximas elecciones presidenciales. Maginalda no era de ningún partido, pero se había dado cuentas de que sin política no hay nombramiento. La invitaron a una reunión del comité de base que se estaba formando en el vecindario. La asamblea la escogió como secretaria. “Compañera si ganamos, su nombramiento no durará un mes”, “eche pa´lante, consiga votos y despreocúpese de lo otro”. Constantemente los muchachos del partido la buscaban. Ella era muy activa. No se perdía una caravana. El día de las elecciones trabajó como delegada en un colegio electoral.

Su partido ganó las elecciones. Para la nueva maestra había llegado el momento esperado. El proselitismo desplegado le daba el derecho de exigir el nombramiento. Amén de los amores con el compañero Teófilo, miembro del comité municipal.

La Dirección del Distrito Educativo envió los papeles de Maginalda a la Secretaría. Es más, el Director los llevó personalmente. Había interés en nombrarla, sus aportes al triunfo eran reconocidos por el partido.

Ella quería “educar”. En qué escuela, en qué materia y en qué lugar, no le importaba. Eso sí había que nombrarla con dos tandas. El nombramiento salió en el área de Ciencias Naturales.

Gran fiesta en la casa de sus padres para festejar el nombramiento. Valía la pena, decía la tía, medio borracha. Ya la familia tenía una profesora trabajando. Afuera, en el patio del vecino, Maginalda se besaba con Teófilo. ¡Gracias compañero!.

Seis meses después Maginalda fue nombrada como técnica en el área de Lengua Española. Ella que nunca conoció La Mañosa ni diferenciar el sujeto del predicado se encargaría de supervisar a todos los profesores del área. Me enteré de una carta de Maginalda, dirigida a los compañeros del partido, en la cual le exigía que agilizaran el nuevo nombramiento. La carta tenía 24 líneas, cuatro párrafos, diecinueve faltas ortográficas y catorce yerros gramaticales.

Luego llegaron otras designaciones para compañeros y compañeras. Eran colocaciones buenas, porque no hay cancelaciones. El talento no se valoraba. Se indagaba sobre la asistencia a reuniones y caravanas. La “adepe” nos protege.

Así se viene manejando la supervisión escolar. Vale el partido, la bandera en el techo de la casa, el acoplamiento vaginal, la erección viagrática y el inescrúspulo de la dirección del partido. Historias de hogaño y antaño se repiten.

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